Qué tiempo, eh¡


¿Qué tiempo, eh?






      ¡Vaya un tiempo, caballeros!
¡Si esto es cosa de aburrirse!
¡La gran máquina celeste
debe de estar inservible.
    
  En este momento, lluvia;
luego un sol que nos derrite...
hoy un calor sofocante;
mañana un frío terrible.
  
   En fin, que no sabe uno
de qué manera vestirse,
y si salir con paraguas
o si dejar este chisme.
  
   Los sastres están que trinan,
y se comprende que trinen,
porque ya no hay estaciones
ni regla que las limite.
   
 ¿Cómo vestir de entretiempo,
aunque en el calendario dice
que estamos en primavera
desde el veinte del que rige?
  
  ¿Con que primavera? ¡Un diablo!
¡Si es el invierno el que sigue!
¡Si están cayendo unos copos
tamaños como adoquines!
   
   En cambio, quizás mañana
el buen Febo nos visite,
y es fácil que al otro día
otra nevada nos pille.
   
   Aquí no hay nada seguro;
el barómetro no sirve
y los astrónomos andan
chiflados los infelices.
   


  Y su locura comprendo;
es natural que se irriten
al ver que todos sus cálculos
son cálculos imposibles.
   
   El tiempo se burla de ellos
y de su ciencia se ríe,
y hace lo que se le antoja,
y el mundo que se fastidie.

     Lo indudable es que a esa máquina
celeste que nos preside,
le hace falta alguna cosa
que la asegure y la afirme.
   
  ¡Al cabo de tantos años
es natural que se oxide!
Pero lo que no me explico,
ni hay aquí quien me lo explique,
es que no pongan en orden
a esa máquina sublime.
  
      Si está rota, que la arreglen;
si está sucia, que la limpien;
si le falta algún tornillo,
que enseguida se lo apliquen,
y, en fin, que marche cual debe,
que esto no puede sufrirse.
 
   ¡Que haya alguna diferencia
entre diciembres y abriles!
¡Que sepa uno si en otoño
o si en primavera vive!
   
  Porque si sigue este tiempo,
si tales trastornos siguen,
no habrá aquí mas estaciones
que las de ferrocarriles.

Madrid Cómico
22/03/1885

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